María comprendió perfectamente el sufrimiento y naturaleza del ser humano, por eso la llamamos Refugio de los pecadores.
A pesar de todos sus dolores y sufrimientos en soledad, nunca perdió la paz ni la serenidad y es seguro que los apóstoles acudieran a ella para recibir consejo y consuelo, ya que era asiento pleno del Espíritu Santo.